martes, 19 de febrero de 2013

En la orilla

Había llovido pero se sentó en la arena a mirar como el mar le devolvía los trozos de madera de lo que en otro tiempo había sido un gran barca. Esa barca que siempre se había mantenido firme a pesar de las galernas que de vez en cuando azotaban esa zona escarpada del Cantábrico. Siempre le había dado miedo el mar, hasta que un día decidió coger los remos y empezar a remar, muy adentro y con remadas largas. Era la única manera de perder el miedo y disfrutar de algo que por otro lado le fascinaba. De ver cómo cambiaba el color del mar en función del sol, conocer playas en las que nunca había estado y descubrir que aunque que ayudado sólo por dos remos de madera vieja podía llegar muy lejos. Con sincronizar los dos remos era suficiente. No sabe explicar qué pasó, pero una tarde, estando en mitad del mar, una inesperada racha de viento hizo caer un remo al mar. Continuó cómo pudo, con un solo remo, pero la barca solo daba vueltas sobre sí misma. Y así estuvo unos cuantos días, perdido en mitad del mar, maldiciéndose por haber sido capaz de perder el remo hasta que se dio cuenta de que lo mejor era dejar la barca atrás, lanzarse al mar y nadar hasta la costa. Ese día en la playa, mientras pensaba en todo lo que había pasado unos días antes y apilaba los restos de madera junto a la orilla, decidió que pronto volvería a salir al mar.

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