Hubo una época en la que tuve miedo a volar. Me sudaban las manos, tenía taquicardia y la horrible necesidad de contarle mi vida al pasajero de al lado para que se pasara el tiempo sin pensar. Dicen que es hereditario, que es más propio de personas racionales y cuadriculadas y que influye mucho el momento emocional en el que estés. Lo primero me lo creo (mi padre ni se acerca al aeropuerto y mi madre dejó de volar durante muchos años), lo segundo puede ser y lo tercero la verdad es que nunca he sido capaz de relacionarlo.
Durante los últimos años y porque por circunstancias recibí clases particulares de un aereotrastornado sobre aviones, flaps, aeropuertos y demás anécdotas de altos vuelos, dejé aparcada la aerofobia y he llegado incluso a disfrutar volando.
Pero llevo unos días inquieta. Dentro de 20 días me voy a Budapest y vuelo con Ryanair. No había otra opción de vuelo directo, ni mejores horarios y ya he volado antes con ellos sin más incidencia que la verborrea de la tripulación que todos conocéis. Pero tengo miedo. Encima una de mis manías más desarrolladas, que es la de viajar siempre en la fila 9 o 10 me la desmontó ayer El Mundo con un reportaje que confirma que los que vuelan a partir de la fila 20 tienen más probabilidades de sobrevivir.
Me veo volviendo al Diazepam, los sudores, la verborrea compulsiva, a leerme medio libro sin enterarme de nada y mirar el reloj de manera compulsiva. Solo me queda confiar en esa tercera regla... Porque estoy en uno de los mejores momentos emocionales de mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario